Nos llaman la generación más preparada. Y la más perdida. Los millenials. Nos llaman quejicas. Vagos. Indeterminados. Influencers. Aunque en este caso, más bien diría imbecilers. Que no ponemos pasión. Ni entusiasmo. Por nada ni por nadie. Que no hemos vivido ninguna guerra.
No.
Afortunadamente no.
Pero si vivimos una guerra personal. Una guerra contra nosotros mismos. Nuestros principios y contra nuestros ideales. Nos sentimos perdidos. Porque nos hemos empapado de grandes ideas. De conocimiento. Nos aborda una libertad que se nos queda grande. Porque tenemos en nuestra mente y en nuestro corazón exceso de información. Porque lo queremos todo, y no tenemos tiempo para nada. Porque somos inteligentes. Emprendedores. Porque nosotros elegimos el camino que queremos elegir. Porque no hace falta que nos casemos. Ni que tengamos hijos para ser personas aptas para ser personas. Porque podemos decidir. Pero todo esto se nos olvida inexorablemente cuando aparece en nuestras conciencias el "éxito profesional". El luchar por lo que queremos hacer el resto de nuestras vidas. Para poder comer. Tener un piso. Un coche. Unos vaqueros nuevos cada mes. Unas vacaciones en la playa y un móvil cada 24 meses. Y nos olvidamos de que lo que realmente estamos gastando es el tiempo. Tiempo en hacer lo que nos gusta a precio de oro. Convertido en días que son copias unos de otros. Encerrándonos en jaulas que nosotros mismos fabricamos.
Estamos perdidos porque no sabemos encontrarnos.
Porque tenemos miedo de saber que nuestro lugar puede estar en cualquier lugar.