por nuestro deseo intenso y vehemente a ser idiotas. Por nuestro deseo intenso y vehemente a esperar algo mejor. Por nuestro deseo a no querer lo que tenemos porque queremos lo que no tenemos. Idiotas.
Por no atrevernos a soñar. Por no atrevernos a soñar lo que nuestro corazón desea. Ni a lograr lo que nuestro corazón desea. Idiotas por nuestro deseo intenso a perder el tiempo, que se nos escurre entre los dedos. Por nuestro deseo vehemente a dejar pasar lo maravilloso que puede estar pasando.
Ahora.
Idiotas.
Por convertir la perfección en imperfección. Por nuestro deseo vehemente a condenar nuestra libertad. De elegir, de expresar. De arriesgar. Por nuestros intensos prejuicios. Idiotas por aferrarnos a lo que pasó y condenar de nuevo a nuestra libertad y no aferrarnos a lo que está pasando porque tenemos un deseo intenso a eso de lo que todos nos escondemos llamado miedo. Por nuestro deseo vehemente a no estar dispuestos a correr el riesgo de luchar por el amor, por nuestros sueños. Ni siquiera por la aventura de estar vivos.
Tarde.
Idiotas por nuestro deseo intenso y vehemente a creer en las utopías. Idiotas porque se nos escapa la voz y los huesos y ya no queda nada.
Ni tiempo, Ni utopías. Solo idiotas.